Clase
martes, 6 de octubre de 2009

Los principios básicos de la educación

Había un hombre gordo y sudoroso en el vagón, nadie más. Aunque se antojara ligeramente repulsivo, vestía elegante y de marca con apellido. Aun así, gota tras gota se deslizaban lentamente por aquella frente brillante que se arrugaba a medida que la conversación que mantenía por teléfono aumentaba de tono, y no fue hasta que la parte inferior de sus axilas se distinguió completamente cuando decidió entreabrir la ventana.

De repente, entró una mujer. No tenía nada de extraordinario excepto, quizás, el conjunto de seda y el gatito. Siguiendo su ejemplo, éste último hizo una mueca de asco al olfatear aquel aroma monstruoso y, sin demasiada convicción, se resignó cuando su dueña se sentó justo enfrente de aquel traje fétido.
Él, sin percatarse de lo que sucedía a su alrededor, separó un poco más los dos extremos de la ventana, satisfecho. Ella, por su parte, pronto se arrepintió de su extremada educación, pues aquel individuo era, literalmente, una fuente. Gozaba de una pronunciación tan soberbia que hasta los restos de su propia saliva se avergonzaban por no ser dignos de ella. Y no hace falta decir dónde iban a parar aquellos chorros interminables, ¿verdad? Sí, pobre gatito. Él, tan peludo y menudito, cerraba bruscamente los ojos a la par que tosía sin cesar mientras se daba el baño matutino junto con una suave ventisca que le ceñía la piel a los huesos dejándole casi sin respiración.

La mujer, después de haber esperado largo rato a que la tertulia terminara, se cansó. Disimuladamente comenzó a carraspear, cosa que el hombre, por supuesto, no advirtió. Lo hizo más y más fuerte, una y otra vez, hasta que se dio por vencida. Lo intentó con delicados toquecitos de su delicioso pie envuelto en un hermoso zapato de tacón, y él por fin alzó la vista y calló. Ella sonrió tímidamente, y él, seguro de sí mismo, le devolvió la sonrisa, le guiñó un ojo y retomó su postura y tono anteriores. La mujer, harta de secarle las orejas al gatito, se levantó, le arrebató el teléfono al hombre y lo lanzó por la ventana. Él la observó durante unos instantes, estupefacto; hasta que, enrojecido de ira, también se lo arrancó y lo arrojó impúdicamente por la rendija. El zapato tintineó mientras que el tacón se hacía añicos, seguramente porque aquel gatito ya no podría volver empaparse nunca más.

1 comentarios:

Esquince dijo...

Me encanta lo de: "y de marca con apellido". XDDDD

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