Desperté despacio, la luz del sol me cegaba y notaba que la cabeza me iba a estallar de un momento a otro. El goteo de algún grifo abierto se introducía en mi mente para transformarse en un ruido muy sonoro que iba repitiéndose constantemente. Ante la imposibilidad de continuar durmiendo decidí levantarme. Me incorporé despacio y me estuve largo rato sentado en la cama tocándome la frente con una mueca de dolor, al parecer la festa de la Mercé me había dejado un recuerdo imperturbable, una resaca enorme, sin embargo por más que hacía esfuerzos e intentaba pensar en lo sucedido la noche anterior no conseguía disipar la niebla que tapaba aquella etapa de mi memoria. Por lo tanto y decidido a no darle más vueltas, me puse de pie y fui al baño.
Agradecí que mis padres y mi hermana no estuvieran en casa, ya que si hay algo que les caracteriza es su incapacidad de guardar silencio. Al llegar al baño lo primero que hice fue mirarme al espejo y pude apreciar el estado tan… deplorable en el que me encontraba, tenía unas inmensas ojeras y la expresión de no saber del todo donde me encontraba, me quedé un buen rato contemplando la imagen que me devolvía el espejo y por un momento me pareció ver a un hombre cayendo al suelo con expresión de terror. Me froté los ojos y volví a ver de nuevo mi reflejo, atribuí aquel suceso a la falta de sueño y al hecho de que acababa de despertarme. La intensa luz del baño me molestaba por lo que decidí apagar las luces y salir.
Me senté aun medio aturdido y vi que sobre la mesa estaban un ejemplar de El País, y un par de tostadas junto a una nota “La mantequilla y la mermelada están en la nevera, no almuerces muy tarde, ya sabes que tu padre y yo hemos ido a llevar a tu hermana al médico, nos pasaremos también a ver los abuelos por lo que si a la hora de comer no estamos hazte cualquier cosa. Mamá.” Odiaba esas notas de mi madre en las que me trataba como a un crío… Yo ya tenía diecinueve años y el único motivo por el que seguía viviendo con ellos era porque no encontraba un trabajo en condiciones. Así pues fui hacia la nevera y saqué mermelada de fresa y mantequilla, la puse encima de la mesa y fui a por un vaso, un plato y zumo de naranja. Mientras untaba las tostadas (ahora frías) me quedé mirando la extraña foto de portada del diario El País, en ella se veía claramente la fachada del hotel AC de Barcelona con el titular “La Mercé 2009 deja mal sabor de boca” intrigado por aquello agarré el diario y me lo acerqué. Por un momento un escalofrío recorrió mi columna vertebral y sentí que algo no iba bien, miré la fotografía y una oleada de recuerdos vinieron a mí empapando mi mente y dejándome aun más confuso de lo que me había levantado por la mañana.
Aquella noche…
[…]
Iba con unos cuantos amigos, dispuestos a pasarlo en grande y como no… habíamos bebido, Santi trajo unas cuatro botellas de JB (a él no le era difícil conseguirlo ya que su tío trabajaba para la marca y se lo dejaba a muy buen precio) y Alex aportó su granito de arena trayendo coca-cola y vasos de plástico, los demás nos limitamos a pagar la parte que nos correspondía. Recuerdo que paseábamos riéndonos de todo y de todos, como si nada más nos importase en este mundo, habíamos perdido toda noción del tiempo y ya no sabíamos ni lo que hacíamos. Caminamos durante horas por Barcelona, más concretamente por la diagonal hasta llegar a la altura del centro comercial “Diagonal Mar” lo recuerdo porque fue allí cuando Toni se encontró con un grupo de adolescentes también bebidas que se unieron a nosotros. La labia de mi amigo siempre atraía a las mujeres (sobre todo a las más jóvenes) Toni era un tipo normal pero con una gracia que hacía que siempre consiguiera lo que se proponía. Nos sentamos en una parada de autobús que había delante del hotel AC, allí continuamos bebiendo esta vez en compañía de aquellas tres. Pasaron los minutos y el alcohol se acabó, al parecer todos apreciamos ese hecho por lo que pude percatarme como algunos llenaban aquel vacio con el contacto físico de otros, yo estaba algo distante, seguía pensando en mi ex, me había dejado hacia un par de días y era uno de los motivos por el que quería olvidarme de todo lo malo aquella noche. Me sentía muy mal, ante todo el “derroche” amoroso que tenía lugar no pude evitar acordarme de ella, poco a poco una sensación de frio invadió todo mi cuerpo y la alegría que antes me dominaba dio paso a una fuerte tristeza que amenazaba con acabar conmigo, agaché la mirada al notar que se me empezaban a humedecer los ojos y me tapé como pude la cara. Por más que hice esfuerzos por intentar reprimirme no pude evitar que gotas de agua salada recorrieran mis mejillas sin cesar, aquella tristeza comenzaba a dar paso a una rabia incontrolable, a un sentimiento de confusión y odio… odio por no saber que había hecho mal, odio que más tarde fue convirtiéndose en algo mayor y yo sentía que necesitaba desahogarme con algo y pronto. Me sequé las lágrimas con la manga de la camiseta y me levanté casi de inmediato: - Necesito ir al lavabo.
Aquella frase les dejo algo confusos sin embargo Andreu, Santi y David también se levantaron pero de una forma más lenta, alegando que ellos también necesitaban ir al servicio. Los cuatro nos dirigimos al hotel que teníamos en frente. Al entrar me sorprendió el estilo de la enorme recepción, era muy minimalista. El suelo de un mármol beis contrastaba con el marrón oscuro casi rojizo de las mesas de los recepcionistas, detrás de las cuales se hallaba el nombre del hotel en grande y de cristal, las paredes estaban recubiertas de madera de tonos parecidos a los de las mesas y macetas de la sala. Los ascensores estaban situados a mano derecha según entrabas pero como no veíamos señal alguna que indicara donde se encontraba al lavabo decidimos preguntarle al recepcionista que en aquel momento nos miraba con aire de desconcierto.
- Perdone – en mi voz se denotaba que no estaba sobrio precisamente - ¿El servicio?
- Disculpen caballeros pero deben irse – aquel hombre bajó la mirada y se fijó en unos papeles como si la cosa no fuera con él, yo me quedé perplejo ante aquella exigencia.
- ¿Irnos por qué?
- Tienen a su disposición muchos bares abiertos hasta altas horas, no veo necesario que tengan que utilizar aquí el servicio, así que váyanse o llamaré a seguridad. – Aquel hombre volvió a levantar la vista fijando sus ojos marrones ya cansados en mí, tenía el aspecto del típico chupa tintas que no se gana bien la vida y que se pasó estudiando para luego acabar haciendo algo que no deseaba.
Lo cierto es que estaba harto de todo y decidí quedarme en el sitio, aquel hombre no era quién para cuestionar lo que debía o no debía hacer. El recepcionista al ver que no hacíamos ademán alguno por salir de la sala, se acercó a nosotros amenazándonos de nuevo con llamar a la policía. Fue entonces cuando sucedió todo, me mordí el labio con fuerza pero el recuerdo de mi anterior relación fue más fuerte y me volvió de nuevo una rabia renovada por aquel hecho injusto que estaba presenciando. Agarré a aquel hombre por el cuello de la camisa y comencé a zarandearle bruscamente mientras no dejaba de chillarle cosas como “¡¿Pero de qué coño vas gilipollas?!” a la par que observaba como la expresión de su cara cambiaba, aquella expresión de indiferencia y superioridad ahora era un reflejo del miedo que comenzaba a sentir, noté que sonreía, estaba satisfecho de demostrarle que a fin de cuentas todos éramos iguales. Le dejé ir con una sacudida y me giré para mirar a mis compañeros, los cuales me animaban a seguir, volví la cabeza para ver como aquel hombre marcaba un número en el teléfono móvil. Sonreí de nuevo y le grité, alzó la vista y vi el reflejo del pánico en sus ojos, cogí impulso y le di un puñetazo. El recepcionista cayó de golpe al suelo y yo le miré extrañado sin dejar de sonreír, todos reían añadiendo afirmaciones como “¡eso le pasa por estirado!” yo le miré, ahora estaba tendido en el suelo, mi preocupación fue en aumento al ver que no se levantaba… Un remolino de sensaciones comenzaron a aflorar y la sonrisa que lucía en la cara se borró de golpe, me giré para comprobar que por las mentes de mis amigos había pasado la misma preocupación que ahora recorría la mía. No dijimos ni una palabra pero salimos de allí corriendo prácticamente, hicimos que Toni, Alex y aquellas chavalas se levantaran y sin dar explicaciones nos fuimos todos de allí.
Cuando llegué a casa tuve que tomarme un par de tranquilizantes y auto convencerme que aquel hombre saldría ileso y que a aquellas horas estaría en el hospital… Me tumbé en la cama e hice esfuerzos por mantener la mente en blanco.
[…]
Miré estupefacto el articulo de aquel periódico, “…El empleado del hotel AC de Barcelona, ha muerto víctima de una conmoción cuando cayó al suelo tras recibir un puñetazo de su agresor…” Me quedé un buen rato leyendo aquello una y otra vez… no era posible, el puñetazo que le había dado no había sido tan fuerte y por muy mal que hubiera caído no era como para morirse, no podía creerlo. Noté que comenzaba a sudar, y que empezaba a faltarme el aire, respire lo más calmadamente que pude, hubiera preferido con creces no acordarme de nada… Sin embargo había hecho algo terrible no de una forma directa, pero yo había sido el asesino de aquel hombre. Me levanté de la silla y comencé a dar vueltas por la casa, en mi mente no paraba de repetirse la visión de los ojos de aquel hombre, que rebosaban de miedo y por un instante pensé en su familia, puede que tuviera hijos, o incluso nietos, en cualquier caso ya no servía de nada lamentarse. Me senté en el sofá y me llevé las manos a la cabeza, apreté con fuerza y grite un par de veces “¡Mierda!”, sin embargo y por egoísta que pueda parecer en aquel momento mi única preocupación era la de no ser descubierto, lo que menos necesitaba era un juicio y una condena, recordé en aquel momento algo crucial, no estaba solo en aquel momento… David, Andreu y Santi también estaban conmigo. Aquello fue mi perdición, si uno de los tres declaraba y me tachaba a mí como el autor del golpe ya podía dar mi vida por finalizada… tenía que pensar y rápido, sabía que existía la posibilidad de que no se acordaran de lo sucedido pero lo que menos quería era dejar cabos sueltos. Me propuse hablar con ellos esa misma tarde, recurriría a chantajes, amenazas, lo que fuera necesario… pero aquel suceso no debía salir nunca a la luz por mucho que el remordimiento les atormentara.
miércoles, 7 de octubre de 2009
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1 comentarios:
El uso que haces de los corchetes [...] es temporal, ¿no? Como saltar de un momento a otro, no es que falte texto, ¿verdad?
Con este ejercicio sobre el asesinato del Hotel se demuestra como, basándose en el mismo argumento, pueden salir textos muy diferentes. En este caso, me fijo en la extensión, cómo este texto se detiene en cada detalle. Me ha recordado en como se esmera en la descripción al de "¿Por qué ella?".
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