Estoy esperando una llamada a la que temo, no por la persona que me la haga sino por lo que ésta me pueda contar.
Esta noche no he podido dormir todo lo que el cuerpo me pedía. Mis diversas pesadillas, alternadas por visitas fugaces a mi consciente, se han convertido en la mosca pesada que al principio puede ser soportable, pero a medida que pasa el tiempo no sabes cómo deshacerte de ella. Durante la mañana, me he dedicado a observar las telarañas del balcón de al lado, a veces incluso rozando el piadoso cielo azul con la mirada. Llamaron al timbre pero hice caso omiso: lo que ocurría a mi alrededor en esos instantes era para mí algo secundario.
¡Cómo me habría gustado que nada de aquello hubiese ocurrido! Ahora no estaría temblando, haciendo peligrar la vida de mi teléfono inalámbrico.
Hace tres días, me tocaba guardia de noche y me tuve que trajear el atavío que usaba las noches importantes. El conjunto estaba formado por unos pantalones azul marinos y una chaqueta a juego donde destacaba el admirable emblema cosido a máquina, que decía ‘Hotel AC Barcelona’. Esos días había estado trabajando de día pero debido a las grandes masas que se arreplegaban por la zona durante las fiestas de la Mercè, el encargado me llamó amablemente solicitando si podía acudir a mi puesto. Me presenté en las puertas del majestuoso edificio poco más medio hora más tarde.
En la recepción principal de un hotel barcelonense, de las 22h. a las 4h., con quince escasos minutos de descanso, era para aburrirse. De vez en cuando algún divertido borracho se paseaba por delante del hotel pero sin causar ningún daño, o tal vez alguien reclamaba una tarrina gigante de helado de chocolate en la segunda planta.
Todo fue muy rápido. Aquellos críos venían borrachos como cubas dispuestos a entrar en el hotel como si su casa se tratara, escandalizando a los clientes. Intentaron utilizar los servicios pero Jordi, mi compañero de las mejores ocasiones, les indicó firmemente que no se permitía usar los servicios a personas ajenas al hotel. Tuve que avisar a José, de mantenimiento, para que nos ayudara a sacar a los jóvenes fuera del recinto. Entre gritos y quejas, conseguimos echar a aquellos descontrolados personajes a la calle. Ya nos estábamos retirando cuando el que parecía mayor de todos, dio un puñetazo a José de repente, haciendo que cayera sorprendido y se golpeara la cabeza. Cuando vi el charco de sangre extenderse por el suelo y la cara de mi compañero, me horroricé de tal manera que el cerebro me bloqueó el miedo.
Y ahora siento un miedo terrible, un frío interior. Suena el teléfono. Parece que José ha muerto.
sábado, 10 de octubre de 2009
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3 comentarios:
Este texto está relacionado con el de Marina y Pol, ¿no? (o al revés, claro, que este estaba antes XD)
Me gusta la frase del final ("Y ahora siento un miedo terrible, un frío interior. Suena el teléfono. Parece que José ha muerto"), seca y entrecortada pero intensa.
Me parece que se trata de un trabajo de clase en el que todos tienen que escribir con unos criterios/elementos determinados, por eso ves relación entre los textos.
¿Me equivoco?
Sí, me he dado cuenta después. Gracias.
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